domingo, 4 de mayo de 2014

Mis cortinas son blancas, son el azúcar que está derramado sobre el cristal. Me siento estirada en la angosta cama como un chicle en espiral. La terraza está muy cerca, las farolas, los coches pseudodeambulantes, incluso la gente que duerme en el edificio de enfrente que no puedo tocar, todo está dentro de mí y no lo sabré nunca. Me abrazo y me acuesto sobre mí, el pelo del color de las frutas maduras me hondea mientras miro el techo y este me devuelve la mirada y lo abrazo a él también. Muerdo la ventana la abro. En el edificio de enfrente duermen, sus bocas mastican silencio que se convierte en una masa oscura que se escurre por las ventanas, yo me empapo y me embalsamo los ojos. Mis cortinas son blancas, son el azúcar que está derramado sobre el cristal. Miro por la ventana sin apartar las cortinas blancas translúcidas que se derraman, se esparcen y se agotan. La luz me atraviesa, atraviesa el colchón, atraviesa las motas de polvo de debajo de este y después de atravesarlo todo se hace de día y yo me quedo quieta en la cama.

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