domingo, 20 de octubre de 2013

En el metro iba tambaleándome con una particular chica del montón. Llevaba el pelo suelto y la ropa recogida. Sus argumentos en contra de toda arquitectura del artista era un "no vamos a ningún sitio", como si hubiera otro sitio.
Días después recorrí a la mañana la pequeña ciudad marina de Sitges. Paseándome por sus calles que iban en todas direcciones me topé con varias galerías de artistas. Me asomé a un cristal en el que me veía reflejada. Encontré un viaje onírico en todas las imágenes que veía postradas en el blanco mate y liso. Fue entonces cuando me dí cuenta de que no íbamos a ninguna parte, porque el arte es el lugar.

1 comentario: