lunes, 4 de junio de 2012

Todas las noches se asomaba al balcón blanquecino con flores en sus barrotes.
Era lo que nunca fue. Era luces de colores. Del techo del balcón pendían estrellas. El cielo. Estrellado.
Una bóveda de sentimientos formaba canciones en su cabeza. Podíamos leerlas en sus ojos. Notas musicales eran pupilas. Compases eran pestañas. Cuando dormía se imaginaba canciones. Las leía en una imagen onírica de sus propios ojos. Siempre música. Todo el día. Crear. Deshacer. Crear. Romper.
Le gustaba contar lunares de su cuerpo porque siempre se quedaba con un número distinto.
Las melodías reinaban de noche en el balcón, Las flores escuchaban. Ella, la princesa de los compases interminables. Sudaba sentimientos por tanto ejercicio sentimental. El color morado rompía antes de llegar a sus oídos. Ella. Nada. Un sueño. Una realidad inventada por la propia realidad.
Era todo lo que no fue. Era todo lo que el pasado quería ser.
No era nada. Era. Era casualidades interminables consumiéndose.
Su destino: casualidades.
Las estrellas nunca se movían del sitio.
Un día dejó de haber estrellas. Invierno.
Pasó meses sin salir al balcón. Las pupilas no tenían forma musical. Ya no.
Era música rota.
Un día de sol salió al balcón. Las flores, muertas. El cielo, lleno de sol.
Nunca más volvió a soñar con música.

1 comentario:

  1. Es largo. Los colores no paran de sucederse. Ni la música. Ni la poesía. Es todas las artes a la vez, es decir como ninguna, de esas que desaparecen que....No se pueden ver, todas las cosas que explican el universo que no se puede explicar no se pueden ver....Como esto, sí. No me hace sonreír, no me hace llorar, no me enfada, no me frustra, pero me toca el alma que no sé ni qué es y me la cambia un poco....Gracias

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